06 marzo 2006

TARDE LLUVIOSA

CONTRALUZ En la placidez de esta tarde lluviosa de invierno, dejo pasar las horas lentamente con su tictac de calma familiar.

Él, recostado en un sofá, lee un libro ajeno al mundo. Mi madre en otro sofá, pues en el mismo se morderían, habla incansablemente de menudencias.
Habla para sí en un monólogo compartido donde va entretejiendo anécdotas diarias con recuerdos del pasado, dentro de esa “incoherencia lógica” que poseen algunas personas para enlazar temas totalmente dispares. Una asociación extraña de ideas que sólo ella comprende y que no se molesta en explicar, pero que todos, acostumbrados ya a su verborrea incansable, hemos aprendido a deducir. El sentido interno que tienen las cosas en su mente hace que en un mismo espacio convivan, un antiguo novio que murió en la guerra, el último mensaje de los Talibanes que dieron hoy en el noticiario y si sería mejor poner garbanzos o alubias en el cocido que yo tengo que hacer mañana.

En el aire suenan las notas de un adagio, pintando el momento con una repegajosa languidez que se engancha en nuestro ánimo como la humedad de estas tierras de trasgos se nos va soldando a huesos y pulmones.

Kala, tumbada en su cesta, gruñe somnolienta porque en su dormitar de perro, seguro que algún otro con menos suerte le intenta arrebatar un gran hueso de mamut que ella roe con deleite... vete a saber lo que sueñan los perros…

Fuera, la niebla impenitente oculta las calles y se prende en jirones a los árboles del parque, como fantasmas de un bosque siempre mustio.
Dejamos que nos abrace como tantas otras veces encerrándonos en un mundo inmaterial, de luz gris y olor a mar, donde todo desaparece devorado por esa bruma parásita que entra cada tarde siguiendo la costa, en un camino siempre repetido.

En su habitación, mi hijo juega con un amigo a batallas virtuales con héroes que se matan en una pantalla... oigo sus carcajadas y protestas de chicos concentrados en ganar diluida en la música atronadora que les gusta escuchar hasta hacer latir la puerta del cuarto.

Mi madre cuenta con los dedos los puntos de esa manta interminable que teje sin ver.


_ ¡¡¡Vaya por dios!!!... Se ha perdido uno... No hay remedio... Hay que deshacer…
Dice en tono de fastidio pero con la aceptación de lo que es inevitable.

_ Te aprovechas de que estoy ciega canijo
Le dice, supongo yo, al punto rebelde.

Está oscureciendo. El adagio terminó hace rato. La perra ladra a un ruido sólo escuchado por ella y mi hijo grita como si tuviera la absoluta certeza de que todos estamos sordos como tapias

_ ¡¡¡HE GANADOOOOOOOOOOOOO!!!”


KALA DORMITANDO
Nos levantarnos como si nos tocaran un resorte... Kala se sacude el pelaje espantando el sueño mientras mueve la cola segura de que pronto llegará su hora de libertad, de correr en la noche por ese parque tan familiar para ella.

La tarde se ha acabado. El instante ha pasado. Un pedazo de nuestras vidas que nunca volverá a ser igual aunque se le parezca... Un momento único con toda la importancia que tiene lo que no es importante...